En el siglo VII, San Isidoro, obispo de Sevilla, escribió: «Si la música no queda retenida por la memoria del hombre, se pierde porque no se puede escribir».
Mil años antes, los griegos empleaban un tipo de notación con letras para identificar las notas, y puntos y líneas para indicar el ritmo, pero se había perdido. Hacia el año 800 surgió en Europa la idea de señalar los movimientos de una melodía mediante signos ascendentes o descendentes en el papel. Inicialmente se emplearon acentos sobre las palabras del canto llano, que servían de recordatorio a los monjes.
Un progreso importante se produjo en el siglo XI, cuando Guido de Arezzo, en Italia, perfeccionó un sistema formado por cuatro líneas horizontales entre las cuales se marcaban las notas. Por aquella época no se indicaba el ritmo de la música. Pero hacia el ano 1200, Franco de Colonia estableció una notación rítmica en su Arte de la música mensurable, en la que distinguía cuatro longitudes de notas que corresponden a las modernas semibreve, mínima, negra y corchea.
La notación actual es poco más que la ampliación de un sistema que cuenta con mil años de antigüedad. Ocasionalmente, alguna pieza ultramoderna puede utilizar en lugar de la notación normal diagramas o incluso dibujos que el intérprete debe «seguir» o usar como inspiración.
La notación musical reviste la máxima importancia para la música occidental, pues sin ella la obra de compositores como Bach, Beethoven y Mozart nunca hubiera sido conocida por el mundo moderno. "El silencio es el lienzo de la música"
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