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miércoles, 9 de mayo de 2012

El tiempo en un papel I parte


Narrar hechos históricos es una necesidad para conocer el desarrollo de las sociedades y sus principales y más importantes acontecimientos. Todo se ha sucedido en el tiempo y por ello es imprescindible ubicarlos en él. Para medir el tiempo en cortos lapsos de segundos, minutos u horas ocupamos los relojes, pero el tiempo histórico sólo puede marcarse gracias al calendario. Este nombre procede de la voz latina calendae con la que los romanos designaban el primer día de cada mes. Ya podremos imaginar que el uso del calendario es muy antiguo, aunque su nombre no haya sido ese.  El primer calendario fue lunar porque, de entre los cuerpos celestes deificados por los sistemas religiosos, se creía que nuestro satélite intervenía en los misterios de la fertilidad y la fecundidad, que en un principio fueron asociados a la prosperidad. Sin embargo, hace unos 4.800 años los magos egipcios convencieron al faraón de que, a la hora de medir el tiempo, el dios Sol era más fiable que la diosa Luna, y este pueblo optó por el calendario solar, que se encontraba más cerca de su realidad cotidiana. Los egipcios tenían un año de doce meses, de treinta días cada mes, más cinco días llamados epagomeni y que comenzaba con el inicio de la inundación del río Nilo. En tiempo de Julio César se estableció el llamado calendario juliano, que comprendía 365 días para el año común y 366 días para el bisiesto. En el siglo XVI el Concilio de Trento sugirió al Papa Gregorio XIII la conveniencia de aumentar las fechas en diez días y suprimir tres años bisiestos entre cada cuatro años seculares, resultando bisiestos todos los años que sean múltiplos de cuatro. A éste se le denomina calendario gregoriano nuevo o reformado y es el actualmente vigente en Occidente y en gran parte del mundo. Otros calendarios importantes son los siguientes:
Griego: lunar con once días y seis horas más corto que el solar, adoptado por casi todos los antiguos pueblos de Grecia. (Ver Calendario lunar)
Hebreo: anterior a Moisés. El año lunar se componía de doce meses de treinta y veintinueve días alternativamente. Cada dos o tres años, añadían un nuevo mes para completar los once días de menos que los doce meses lunares tienen respecto al año solar.
Hebreo moderno: conserva el orden del anterior. El número de días varía cada tres años; consta de 353, 354 y 355. En el orden civil y político los hebreos comienzan a contar el día 7 del séptimo mes.
Lunisolar: es aquel en que los meses deben acomodarse en lo posible a las fases de la Luna. De vez en cuando es necesario añadir un mes decimotercio. Estos años son lunares en sus pormenores y solares en el conjunto. Se sirven de él: los indostanos, chinos, japoneses, mongoles y judíos.
Mahometano o musulmán: es lunar de doce meses cada año, que comprende 354 ó 355 días. Comienza el 16 de julio del 622 de la era cristiana, año de la ida de Mahoma de la Meca a Medina. Comparando el año mahometano con el gregoriano, resulta que 33 años musulmanes corresponden a 32 años gregorianos.
Maya: El año maya era de 365 días, dividido en dieciocho meses de veinte días cada uno, con cinco días suplementarios al final del año. Durante el año se sucedían veintiocho series de días, semejantes a semanas, de trece días cada una y un día más.
Azteca: Estuvo representado por la famosa Piedra del Sol, pieza de 3,60 metros de diámetro que durante los años 1324 a 1521 se ubicó en Tenochtitlán en el seno de la cultura azteca. Actualmente está exhibida en el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México. Este calendario de piedra, en el que están grabados jeroglíficos de los días, de los meses y de los soles, o períodos cosmológicos, representa la historia del mundo según la cronología azteca.
En el centro se halla el Sol (Tonatiuh), rodeado por los símbolos del movimiento y de los cuatro soles o mundos cosmogónicos anteriores al tiempo de los aztecas (Tigre, Agua, Viento y Lluvia de Fuego). En la franja siguiente se encuentran los jeroglíficos de los veinte días del mes indígena; en la siguiente a ésta se encuentran rayos solares, piedras preciosas, símbolos de la sangre, flores, elementos del culto solar y dos serpientes de fuego que indican el orden cíclico y el orden cósmico. La piedra fue descubierta en 1790, durante la restauración de la catedral de México, edificio construido sobre un antiguo templo de Tenochtitlán.
Solar: el que por la intercalación de un día cada cuatro años, conserva, con más o menos precisión, el principio del año. Dura el año poco más o menos el tiempo necesario para que la Tierra, una vez terminado su curso alrededor del Sol, se encuentre en la misma situación respecto a este astro. Por consiguiente al año solar le corresponden 365 días, 5 horas, 48 minutos y 48 segundos.
Hemos visto a través de la historia, como los pueblos y las diferentes culturas han determinado la medición del tiempo en función principalmente de los fenómenos naturales que en su momento les acontecieron. Hoy en día y aunado a todos los avances tecnológicos modernos, seguimos aún atentos al acontecer tanto cotidiano como al pasado distante. Los días continúan transcurriendo y es nuestro propio calendario el que inexorablemente registra nuestra vida.

En breve la II parte

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