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sábado, 22 de septiembre de 2012

Un principio sin fin "Las Drogas"



La cuerda que sirve al alpinista para escalar una cima sirve al suicida para ahorcarse, y al marino para que sus velas recojan el viento. Seguiríamos en las cavernas si hubiésemos temido conquistar el fuego, y entiendo que aquí, como en todos los demás campos de la acción humana, hay desde el primer momento una alternativa ética: obrar racionalmente -promoviendo aumentos en la alegría- y obrar irracionalmente, promoviendo aumentos en la tristeza; una conducta irreflexiva acabará haciéndonos tan insensibles a lo buscado como inermes ante aquello de lo que huíamos. De ahí que sea vicio -mala costumbre o costumbre que reduce nuestra capacidad de obrar- y no dolencia, pues las dolencias pueden establecerse sin que intervenga nuestra voluntad, pero los vicios no: todo vicio jalona puntualmente una rendición suya, de tal forma podemos afirmar que con la aparición del hombre se inició también la intención por obtener sustancias capaces de producir cambios en el estado de ánimo, el nivel de alerta y la percepción del mundo, descubriéndose y elaborándose las sustancias psicoactivas, más comúnmente llamadas ‘drogas’.  En las muestras de escritura más antiguas se encuentran referencias al empleo de drogas estimulantes, depresoras y alucinógenas, habiéndose observado que en las culturas primitivas el uso de psicoactivos tuvo casi siempre un significado ritual y mágico-religioso, y las autoridades ejercían cierto control sobre su empleo mediante leyes específicas o a través de la fuerza de la costumbre. Los avances tecnológicos permitieron que se aprendiera a concentrar y aislar los principios activos de ciertas drogas. Dicho proceso se inició con los alquimistas y la destilación del alcohol y alcanzó una eficiencia notable en el siglo XIX cuando se aislaron los alcaloides cafeína, morfina y cocaína. El invento de la jeringa hipodérmica permitió contar con formas más seguras de administración, lo cual a su vez favoreció la elaboración de nuevos compuestos tales como la heroína, las anfetaminas y el PCP, productos de síntesis químicas.
El desarrollo de ciertas drogas proporcionó a la medicina elementos poderosos para el tratamiento de enfermedades, el alivio del dolor y el control de la depresión; pero también enfrentó a la sociedad con un fenómeno no previsto: la aparición de personas que bajo los efectos de las drogas perdían el control de sus actos, abandonaban las normas establecidas y cometían actos criminales.
La situación se tornaba más dramática en tanto los usuarios generalmente provenían de minorías étnicas definidas, las cuales se enfrentaron a una discriminación aún más severa, con mecanismos represivos basados en la violencia. Es por ello que en los primeros momentos el consumo de drogas no era considerado un problema de salud sino más bien un tema social y político.
Así pues, los últimos años del siglo XIX fueron testigos de importantes movimientos que propugnaban la necesidad de regular y controlar la comercialización y empleo de drogas, llegando incluso a proponerse su prohibición absoluta. Sin embargo, tales iniciativas no eran nuevas, la historia ya mostraba antecedentes importantes en los esfuerzos mundiales por controlar el abuso del opio y sus derivados.
  Como consecuencia de ello, a inicios del siglo XX surgieron campañas que alentaban la proscripción de toda droga capaz de producir dependencia, los llamados ‘narcóticos’ o ‘estupefacientes’. Así, la mayor parte de países inicialmente restringieron el opio, luego la morfina, la cocaína y algunos derivados sintéticos. Las medidas adoptadas por cada país y los acuerdos internacionales de control inicialmente ocasionaron una reducción considerable del número de casos de adicción y accidentes debidos a drogas, pero a la vez propiciaron la formación de mecanismos subterráneos dedicados a la producción y comercialización de drogas ilegales, que basan su poder en la violencia y en su enorme capacidad de corrupción.
A mediados de los 60 se difundió por el mundo una corriente que cuestionaba los valores establecidos planteando la búsqueda de satisfacción individual más allá de las actividades convencionales. En ese momento se comenzó a asociar el uso de drogas con la búsqueda de liberación individual lo cual ocasionó un explosivo aumento del consumo a nivel mundial, seguido por un notable incremento del accionar de las bandas de traficantes, la violencia generalizada y crisis en las relaciones internacionales cuando los países ‘productores’ y ‘consumidores’ se culpaban mutuamente como responsables del problema. Sin embargo, más allá de las responsabilidades internacionales y el proceso histórico involucrado, el hecho concreto es que el mundo actual enfrenta un problema grave, asociado a múltiples casos de enfermedad y muerte en el que intervienen muchísimas personas y montos incalculables de dinero.
El panorama se complica por la existencia de drogas de alta peligrosidad cuyo uso no solo es aceptado socialmente sino promovido libremente; tal es el caso del alcohol y el tabaco que entran en la categoría de drogas sociales. Por otro lado, aún hoy existen minorías étnicas que hacen uso ritual y mágico-religioso de algunas drogas como una expresión genuina de sus respectivas culturas.

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