La cuerda que
sirve al alpinista para escalar una cima sirve al suicida para ahorcarse, y al
marino para que sus velas recojan el viento. Seguiríamos en las cavernas si
hubiésemos temido conquistar el fuego, y entiendo que aquí, como en todos los
demás campos de la acción humana, hay desde el primer momento una alternativa
ética: obrar racionalmente -promoviendo aumentos en la alegría- y obrar
irracionalmente, promoviendo aumentos en la tristeza; una conducta irreflexiva
acabará haciéndonos tan insensibles a lo buscado como inermes ante aquello de
lo que huíamos. De ahí que sea vicio -mala costumbre o costumbre que reduce
nuestra capacidad de obrar- y no dolencia, pues las dolencias pueden
establecerse sin que intervenga nuestra voluntad, pero los vicios no: todo
vicio jalona puntualmente una rendición suya, de tal forma podemos afirmar
que con la aparición del hombre se inició también la intención por obtener
sustancias capaces de producir cambios en el estado de ánimo, el nivel de
alerta y la percepción del mundo, descubriéndose y elaborándose las sustancias
psicoactivas, más comúnmente llamadas ‘drogas’.
En las muestras de escritura más antiguas se encuentran referencias al
empleo de drogas estimulantes, depresoras y alucinógenas, habiéndose observado
que en las culturas primitivas el uso de psicoactivos tuvo casi siempre un
significado ritual y mágico-religioso, y las autoridades ejercían cierto
control sobre su empleo mediante leyes específicas o a través de la fuerza de
la costumbre. Los avances tecnológicos permitieron que se aprendiera a
concentrar y aislar los principios activos de ciertas drogas. Dicho proceso se
inició con los alquimistas y la destilación del alcohol y alcanzó una
eficiencia notable en el siglo XIX cuando se aislaron los alcaloides cafeína,
morfina y cocaína. El invento de la jeringa hipodérmica permitió contar con
formas más seguras de administración, lo cual a su vez favoreció la elaboración
de nuevos compuestos tales como la heroína, las anfetaminas y el PCP, productos
de síntesis químicas.
El desarrollo de ciertas drogas proporcionó a la medicina
elementos poderosos para el tratamiento de enfermedades, el alivio del dolor y
el control de la depresión; pero también enfrentó a la sociedad con un fenómeno
no previsto: la aparición de personas que bajo los efectos de las drogas
perdían el control de sus actos, abandonaban las normas establecidas y cometían
actos criminales.
La situación se tornaba más dramática en tanto los usuarios
generalmente provenían de minorías étnicas definidas, las cuales se enfrentaron
a una discriminación aún más severa, con mecanismos represivos basados en la
violencia. Es por ello que en los primeros momentos el consumo de drogas no era
considerado un problema de salud sino más bien un tema social y político.
Así pues, los últimos años del siglo XIX fueron testigos de
importantes movimientos que propugnaban la necesidad de regular y controlar la
comercialización y empleo de drogas, llegando incluso a proponerse su prohibición
absoluta. Sin embargo, tales iniciativas no eran nuevas, la historia ya
mostraba antecedentes importantes en los esfuerzos mundiales por controlar el
abuso del opio y sus derivados.
Como consecuencia de
ello, a inicios del siglo XX surgieron campañas que alentaban la proscripción
de toda droga capaz de producir dependencia, los llamados ‘narcóticos’ o
‘estupefacientes’. Así, la mayor parte de países inicialmente restringieron el
opio, luego la morfina, la cocaína y algunos derivados sintéticos. Las medidas
adoptadas por cada país y los acuerdos internacionales de control inicialmente
ocasionaron una reducción considerable del número de casos de adicción y
accidentes debidos a drogas, pero a la vez propiciaron la formación de
mecanismos subterráneos dedicados a la producción y comercialización de drogas
ilegales, que basan su poder en la violencia y en su enorme capacidad de corrupción.
A mediados de los 60 se difundió por el mundo una corriente
que cuestionaba los valores establecidos planteando la búsqueda de satisfacción
individual más allá de las actividades convencionales. En ese momento se
comenzó a asociar el uso de drogas con la búsqueda de liberación individual lo
cual ocasionó un explosivo aumento del consumo a nivel mundial, seguido por un
notable incremento del accionar de las bandas de traficantes, la violencia
generalizada y crisis en las relaciones internacionales cuando los países
‘productores’ y ‘consumidores’ se culpaban mutuamente como responsables del
problema. Sin embargo, más allá de las responsabilidades internacionales y el
proceso histórico involucrado, el hecho concreto es que el mundo actual
enfrenta un problema grave, asociado a múltiples casos de enfermedad y muerte en
el que intervienen muchísimas personas y montos incalculables de dinero.
El panorama se complica por la existencia de drogas de alta
peligrosidad cuyo uso no solo es aceptado socialmente sino promovido
libremente; tal es el caso del alcohol y el tabaco que entran en la categoría
de drogas sociales. Por otro lado, aún hoy existen minorías étnicas que hacen
uso ritual y mágico-religioso de algunas drogas como una expresión genuina de
sus respectivas culturas.
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