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viernes, 7 de diciembre de 2012

Entender el origen de nuestro Apellido.


¿Que es un apellido?, o ¿Que significado tiene?, ¿quien la forma? y ¿cual es su origen?. Por lo general la respuesta es simple; Para la primera pregunta: Nombre con que se distinguen las personas de una misma familia. El uso del Apellido comienza en la llamada cuna de la civilización: Roma, ya que con anterioridad a las distintas personas se les conocía simplemente por su nombre o en algunos casos por un alias o apodo, de tal manera que al pelirrojo se le conocía como "al rojo", al igual que al marcado por un defecto físico, por este: "El cojo, etc." o bien por su función dentro de la sociedad: "El carretero, el herrero, etc." e incluso en muchos casos su lugar de nacimiento si era distinto del de residencia: "El griego", etc. Sin embargo, llegamos a Roma donde empezó a arraigar la costumbre de añadir al nombre propio de la persona el de la tribu o familia a la que esta pertenecía, (praenomen y cognomen), por ejemplo al propio Tito (nombre propio) se le añade el de la familia (Livio) componiendo así su nombre y apellido: Tito Livio. No obstante, esta costumbre romana quedó durante largo tiempo restringida al ambito de la nación, puesto que en el resto de Europa se continuaba usando el nombre o el apodo hasta llegado el principio de la edad media en la que comenzó a extenderse el uso del apellido. Este uso tuvo distintos origenes. Comenzaron a usarlo los señores feudales que añadían a su nombre el correspondiente a la población que habían conquistado o que correspondía a su señorío. Naturalmente esto no ocurría con las clases populares por lo que el origen de su apellido se deriva de la población donde nacían, el oficio que desempeñaban y en no pocas ocasiones de los motes por los que eran conocidos e incluso por el nombre del padre o del abuelo con alguna modificación, por ejemplo: Hernández (hijo de Hernando) o González (hijo de Gonzalo). Todo apellido tiene un significado muchas veces sencillo, aunque otras no tanto porque nos falta la clave que nos permita explicarlos. De entre estos apellidos destacan los apellidos toponímicos. Esta clase de apellidos son de los más abundantes. Se puede afirmar casi con total seguridad que, una persona que lleva un apellido toponímico, tiene una relación con ese lugar que le sirve como apellido. En primer lugar, puede ser que una persona, que naciera, viviera de manera temporal, y/o trabajara, en ese lugar, y tuviera que emigrar a otro lugar relativamente cercano. Es entonces cuando el nombre de un lugar se convierte en apellido toponímico: la persona que emigra, bien sea en memoria del lugar del que viene, o para diferenciarle del resto de personas que tienen el mismo nombre y primer apellido (muy común en la Edad Media), toma por apellido el nombre de ese lugar En segundo lugar, el señor de un lugar, tenga el título que tenga (vizconde, barón, conde, marqués, o duque), toma por apellido el topónimo como demostración de propiedad sobre ese lugar En cualquiera de sus casos y sus variantes, todo apellido toponímico, al menos en su origen, lleva delante la preposición (por ejemplo, Pedro de Soria), que significa relación con ese topónimo. En la actualidad, muchos apellidos toponímicos han perdido esta preposición debido a un proceso que comenzó al final de la época moderna. Y también, añadir que el apellido se puede formar en la primera persona que emigra (aunque no necesariamente), y que se hace hereditario solo por voluntad de sus descendientes. Se pueden hacer diferentes divisiones dentro de estos apellidos toponímicos. Entre la importancia de los diferentes topónimos: topónimos mayores (nombres de pueblos, villas o ciudades) y topónimos menores (del relieve, arquitectura, etc). Entre el origen geográfico de los topónimos. Los apellidos patronímicos, quizás los que más, ya que son más antiguos. Estos apellidos nacieron al añadir al nombre del hijo, el nombre del padre, que irá variando según épocas como vamos a ver. En muchas civilizaciones hubo la práctica de añadir un prefijo o un sufijo al nombre del padre convertido en apellido. Este prefijo o sufijo, significa “hijo de”;, descendencia o filiación. Conocidos son los casos de los Ben- musulmanes, y los Mac- escoceses. Pero la forma mayoritaria de nuestros apellidos patronímicos derivan de la tradición romana. El apellido patronímico romano iba en el caso genitivo(desinencias -ius, -ii). Éste, durante la época medieval, sufrió variaciones debido al fraccionamiento del latín clásico provocando diferencias fonéticas entre las zonas, los que produjo a su vez cambios morfológicos en los apellidos: quitar, añadir, o cambiar una o más letras. La -i de la última sílaba, permutó en -a, u -o. Pero en muchos casos, se produjo una apertura del timbre, mudando a una -e-. Solo pervivió la -i- en la zona del noroeste. Monopolización de la -z en posición final, haciendo desaparecer al resto de consonantes finales, -c, -d, -s, y -t. Únicamente la -s ha sobrevivido en algunos apellidos del noroeste. Feminización de apellidos añadiendo la vocal para -a (típica del femenino latino). Supresión de una o más letras (síncopa), antes de seguir su proceso formativo de terminación en -z. Su origen, un nombre propio generalizable a otras zonas de la Península Ibérica, nos descubre que pudo generarse a la vez en varias regiones, sin tener por tanto un tronco común todas las personas con un mismo apellido patronímico. En la Edad Media, se produce en una línea descendiente, una alternancia de dos apellidos patronímicos, formando cadena entre ellos. Una solución para diferenciarse entre ellos será, o heredar el apellido del padre en vez de formar su apellido con el nombre de su padre (originando un apellido patronímico hereditario y rompiendo la cadena); o añadir un segundo apellido al primero, formando uno solo, pero con carácter patronímico y toponímico. Este apellido que se añade suele ser el nombre del lugar con el que guarda una relación (véase apellidos toponímicos).Pero hubo apellidos patronímicos que no se declinaron, y se fosilizaron en su forma de nominativo. También hay un cierto número de apellidos que no son ni apellidos patronímicos o ni toponímicos. Son apellidos que indican alguna característica especial del genero (cabeza de linaje): un oficio o profesión o cargo (civil, eclesiástico o militar), un apodo, un defecto, un vicio, una virtud, etc.; o bien tienen relación con el Reino Vegetal. Una manera muy normal de clasificar a las personas es por su profesión. En este caso tuvo que haber un cabeza de linaje en que se fijara ese apellido. Y es aquí donde generalmente tiene más sentido el que un apellido de un oficio pase de padres a hijos por varias generaciones, y que a esa familia se le conociera por su oficio, o que ellos mismos lo adoptaran como apellido familiar. Se pueden dividir en oficios y en cargos. Y los cargos, a su vez en civiles, eclesiásticos y militares. Entre los oficios, destacarían apellidos como Tejedor, Tundidor (azotador), y según algunas interpretaciones, el apellido Mozas. Entre los cargos: militares (Alférez), civiles (Alcalde); y estado civil (Hidalgo). De cargo eclesiástico: Monge. Canciller o Chanciller, sería un ejemplo de cargo civil o eclesiástico, porque ambas cancillerías tenían ese cargo. Otro tipo de apellidos es el que responde a los apodos o motes con que se puede conocer a una persona o familia, indicando alguna característica física o psicológica, un defecto, un vicio, o una virtud. Si esta característica la “heredaron” sus descendientes, entonces era fácil reconocer a esa familia. Y no era hereditaria, lo adoptaron como apellido en su memoria, aunque fuera un defecto. Como ejemplos pueden servir: Espadón, Malo, y Medrano (acobardado) como defectos; Bravo (y sus compuestos Bravo de Lagunas y Bravo de Sarabia), y Valiente, como virtudes; Matalobos, como vicio. Por último, los apellidos relacionados con el Reino Vegetal, que aunque en nuestra provincia sea más común el componente vegetal, no se manifiesta en la misma proporción en los apellidos, como veremos a continuación. Su formación es idéntica a la de los apellidos toponímicos, pero en vez de tomar como origen un topónimo, lo hacen de un árbol, arbusto, planta, o conjunto de un mismo tipo, sus flores y sus frutos, etc... Como por ejemplo la existencia de algunos de los elementos vegetales anteriormente citados, cerca de un lugar en donde una persona viva, trabaje, etc. De este tipo, tenemos los ejemplos de Granados, Romero, Villaumbrosía (sombreada). Por lo tanto, todos los tipos de apellidos del presente artículo pueden no tener un tronco común, sino que se pudieron haber originado en diferentes lugares de la geografía española, e incluso en diferentes lugares. Hay veces que, en la vida cotidiana, una persona se deja llevar por la “moda”. En cuestiones que nos atañen, esto se puede aplicar a algunos apellidos que gustan de llevar la preposición “de” que antecede a ciertos apellidos, porque así parecen “más nobles”.Quizás fue la propia pervivencia de la partícula “de” en algunos apellidos de personas nobles que se preocuparon en conservar sus apellidos tal cual se escribían, que hizo que posteriormente las personas asociaran que los apellidos con “de” eran de origen noble. Si una persona se dedica a investigar sus propios antepasados hispanos, descubrirá en algún momento alguno de sus apellidos con esta partícula tan peculiar. Esta preposición, con o sin el artículo determinante masculino “el” (contracción “del”) o el femenino “la” (formando “de la”), se utiliza(ba) en varias clases de apellidos (patronímicos y toponímicos), y en todos ellos tiene el significado de pertenencia, en todos sus sentidos más amplios. En los apellidos patronímicos tenía el significado de un hijo con respecto a su padre, que en algunos casos está sustituido por el sufijo “–ez”. Como ejemplos, valgan: (de) Andrés, (de) Antón, y (de) Hernando. En los apellidos toponímicos tenía el significado de relación con ese lugar o espacio físico al que hace referencia su apellido, sea por haber nacido en o cerca, vivido, trabajado, etc... el que tomó el apellido. Como ejemplo, valgan: (de) Ayuso, (de) Sauquillo, y (de) Soria. Con el devenir del tiempo, la preposición “de”, con o sin artículo determinante, fue desapareciendo (siglos XVIII y XIX), bien por olvido al escribirse, bien porque era más corto y fácil de pronunciar. Con su pérdida, todos los apellidos que lo llevaron, perdieron su significado primitivo.

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